Cuando yo ingresé a la Universidad nadie
orientaba sobre las carreras disponibles; generalmente los hijos seguían las
carreras de sus padres o de algún pariente cercano y ni se les ocurría estudiar
algo diferente.
Los resultados, muchas veces, no eran los
mejores, porque el hecho de que un papá sea un buen ingeniero, no significa que
el hijo tenga sus mismas aptitudes.
A veces algún estudiante con su flamante
diploma de bachiller se aventuraba a escoger una carrera nueva, y tal vez
llegaba a ser un excelente profesional.
Pero conozco el caso de una estudiante que
decidió estudiar enfermería; una universidad privada, bastante costosa, por
cierto, la ofrecía en su abanico de posibilidades.
Con mucho esfuerzo los papás reunieron lo
necesario para pagar la matrícula y la muchachita empezó sus estudios sin mucho
entusiasmo, pero ya estaba ahí y había que seguir. Cursó seis semestres de los
diez de que constaba la carrera y no aguantó más: por más que quiso, esa no era
su vocación y decidió no continuar estudiando algo que no le gustaba.
Los reproches no se hicieron esperar: “¿Y ahora
lo dices, después de haberte pagado con inmensos sacrificios seis semestres de
una carrera que ahora resulta que no te gusta? ¿Sabes cuántas horas extra hemos
tenido que trabajar para pagarte el estudio en una universidad privada y
costosa? ¡No! Definitivamente eres una desconsiderada y una irresponsable!”
La muchachita se graduó, era muy buena para las matemáticas y sí, esa era la carrera para la que tenía aptitudes. Hoy es la gerente general de una empresa multinacional líder en electrónica.
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